A simple vista, la noción de que ensuciarse es bueno puede resultar una incongruencia. En el universo actual hay evidencias suficientes como para demostrar que el desarrollo de los pequeños se ve mejorado por la independencia que tienen para ensuciarse.
En los mecanismos de la exploración, juegos y descubrimientos, deportes y también ejercicios físicos, ensuciarse debe ser considerado como saludable tanto para nuestra mente como para nuestro propio cuerpo.
Es verdad que la suciedad es transmisora y sinónimo de agentes patógenos y que estar en condiciones sucias es, en muchas ocasiones, semejanza de estar más proclives a determinadas enfermedades o una persona con quien no deseamos estar.
La situación de que hayamos desarrollado complejos elementos para evitar los patógenos que frecuentemente encontramos en las suciedades, nos sugiere que estamos prácticamente adaptados a ellos y con potencial suficiente para derrotarlos.
El mundo en que nos encontramos es sucio y los pequeños no aprenderán a adaptarse al mundo y desarrollarse en él sin ensuciarse. Como especie humana estamos destinados a convivir con la suciedad y necesitamos ensuciarnos como forma de vida más equilibrada.
Los niños se ensucian
En algunas situaciones, ser capaz de tolerar la suciedad transmite la noción de poder, salud y atracción. Los juegos de los pequeños no pueden dejar de tener relación con el mundo real y para que exista un aprendizaje adecuado, deberá estar en contacto con ese mundo. Retirar al pequeño de un juego para obligarlo a limpiarse, implica alejarlo de la posibilidad de completar un exitoso mecanismo de aprendizaje. Además el juego se tornará aburrido y el pequeño no lo disfrutará.
La suciedad en su conjunto con las necesidades de los pequeños colabora a establecer metas y brindará la dirección de las acciones. Estar con continuo contacto con la suciedad es en cierta forma estar en contacto con la realidad, el desorden y sus peligros, y lidiar junto a ella nos permitirá adaptarnos al mundo real.